La matriz energética de Brasil está en un 49 por ciento basada en energías renovables, mientras que en la Argentina el 87 por ciento está conformada por energías no renovables, es decir petróleo. Bajo esta certeza y con la intención de desafiarla y torcerla a futuro, en el país y desde el sector público y privado se está trabajando para avanzar en el desarrollo de combustibles de origen vegetal de variados orígenes con la biotecnología como punta de lanza.
Pero este horizonte científico y comercial no sólo se sustenta en el impulso de tecnologías ya utilizadas en el país, como la generación de biodiesel o bioetanol en base a cultivos tradicionales como la soja, el maíz y la caña de azúcar, sino que incluye la ampliación a otros menos usados como el cártamo o el sorgo dulce e incluso la adopción de residuos de producciones convencionales como la glicerina a partir del aceite de soja.
La generación de biorrefinerías y la profundización del uso de los residuos, utilizando los desechos de los procesos productivos que actualmente no se aprovechan, suben a la Argentina al tren de los países que comienzan a pensar a largo plazo la cuestión energética en sintonía con los planteos de sustentabilidad. Y aunque el balance aún es modesto, el desarrollo en el campo de la biotecnología aplicada al agro que logró el país ofrecen un piso alto para arrancar.
“El desafío que se viene es el desarrollo de lo que llamamos producción de energía de segunda o tercera generación”, planteó Analía Acosta, gerente de biocombustibles de YPF durante su disertación en el seminario de biotecnología desarrollado en el XXI Congreso de la Asociación de Productores en Siembra Directa (Aapresid).
La especialista señaló que ese desafío es ahora “transformar la lignocelulosa en azúcar fermentable y eso en bioetanol”.
En ese marco, ya no se trata sólo del desarrollo de industrias tradicionales o que se sustenten en la transformación de una materia prima determinada, sino que requiere de una sucesión de procesos industriales o tecnológicos que fueron tomando una nueva dimensión a partir del despegue de la biotecnología, un campo muy fértil hoy en la Argentina tanto desde el punto de vista científico y de laboratorio como aplicado mediante la industrialización y la puesta en el mercado de un determinado producto.
Al respecto Gustavo Shujman, investigador del Conicet y miembro del Indear, explicó la nueva plataforma armada por ambos institutos plasmada en la empresa Inmet, que está enfocada en la ingeniería metabólica, que trabaja en la utilización de bacterias como borreactores para producir compuestos de interés comercial. “Estamos usando la ingeniería metabólica para convertir a la glicerina, que queda como residuo del aceite de soja, en biodiesel”, puntualizó el investigador.
EL MERCADO ARGENTINO. El mercado de los biocombustibles tuvo un alto crecimiento en la Argentina, pero a raíz de trabas comerciales externas y nuevas políticas regulatorias internas esta evolución se estancó en 2012, pero aún esta industria conserva una capacidad instalada de 3,2 millones de toneladas anuales.
Sobre esa base la ciencia y la empresa vuelven a poner la mira en ese segmento ahora bajo parámetros más desarrollados y asentados sobre nuevos avances tecnológicos. En ese marco se inscribe también el acuerdo que suscribieron el Indear con la petrolera estatal YPF a la que en el último año se le sumó el grupo Porta para la producción de bioetanol de segunda generación que se obtendrá a partir de la conversión de azúcares fermentables provenientes de la lignocelulosa de desechos agro forestales.
“En el mundo hay ocho regiones donde se producen residuos agrícolas por un total de 4,6 billones de toneladas y con el 5 por ciento de eso se puede generar el 10 por ciento del biocombustible que se necesitaría a futuro”, planteó Acosta.
También esto no sólo es aplicable al combustible únicamente sino también a la fabricación de plásticos y polímeros. “Hay desbalances según las zonas, algunos países producen residuos pero no pueden lograr abastecer su propia demanda. En este aspecto, la Argentina está muy bien posicionada. Solo aquí y en India se podría generar el 100 de la demanda de biocombustibles que la región demanda si se destinara el 17,5 por ciento del residuo agrícola”, puntualizó la especialista de YPF.
El planteo es desafiante pero también las barreras, conformadas especialmente por los costos de la transformación de los residuos en la materia primera para abastecer a esta industria de segundo piso, “En la Argentina somos capaces de producir a un costo competitivo bioetanol a partir de caña utilizando como fuente la energía solar y también usar las semillas como biorreactores”, dijo la especialista y explicó en este sentido la posibilidad de usar un cóctel enzimático en base a semilla de cártamo para bioetanol a precio competitivo.
“Con 50 mil hectáreas a partir del cártamo y con el residuo industrial de la madera y la caña, utilizando energía solar, podríamos obtener etanol capaz de sustituir el 5 por ciento de lo que necesita el mercado argentino”, planteó Acosta.
Otro de los residuos en la mira para la producción de biocombustibles es la glicerina proveniente del aceite de soja, de las cuales se producen unas 300 mil toneladas anuales, planteó Shujman y reconoció que ingresa como insumo al mercado farmacéutico o cosmético pero no es rentable.
Sin embargo, el desarrollo en este sentido no se agota en la energía sino que avanza sobre otros campos. “Proponemos varias líneas de desarrollo, no sólo para la fabricación de biocombustibles sino además para plástico y también para convertirla en un producto que sea un compuesto útil para el agro como un biopesticida”, dijo el investigador. En este último caso, aunque el desarrollo es más complejo, tiene mayor valor de mercado.
También el sorgo dulce es otra de las líneas sobre las que trabajan en Indear, un proceso que deriva en la planta N Bio para obtener alcohol de segunda. “La idea es usar el sorgo dulce y conformar un cóctel ezimático a partir de su residuo”, dijo Shujman y precisó que se trata de un modelo de negocio que apunta a las economías regionales. “Con 1.500 hectáreas se pueden producir 30 mil litros de alcohol de primera y 20 mil litros de alcohol segunda. Esto permitirá revitalizar zonas y tierras que no tienen facultades para hacer cultivos más valiosos”, precisó.
La ejecutiva de YPF define claramente la meta: “Cuando miramos una planta tenemos que hacerlo como si fuese una industrial, porque además de almidón, proteínas y otras cuestiones que puede aportar, también puede ser productora de biocombustible y energía”, sentenció Acosta.
líneas de investigación. Esa fue la meta que se pusieron los técnicos del Inta Obispo Colombres de Tucumán cuando hace décadas comenzaron con los programas de mejoramiento de semillas de variedades convencionales y más cerca en el tiempo, las transgénicas o con el programa de vitroplantas que se proyectó en 2001 y hoy cubre más del 66 por ciento de la superficie de caña de azúcar cultivada en Tucumán.
“El objetivo con las cañas transgénicas fue hacer más eficiente y sostenible la producción . Dar sustentabilidad económica, social y ambiental y dar un impulso a a un cultivo que es clave para producir biocombustibles”, resumió Atilio Castagnaro de la Estación Experimental Obispo Colombres del Inta y miembro de la Chacra Agrícola Santa Rosa.
Esa convicción es la que parte de la idea de que el mejoramiento genético y el desarrollo de la biotecnología aplicado a la semilla son el primer eslabón de un proceso que deriva en la producción de energía, pero que en su interior alberga desarrollos industriales, científico y tecnológicos de alta complejidad de los que la Argentina puede hacer gala.
“La Unión Europea pretende llegar en poco tiempo a que un 50 por ciento de su matriz energética sea en base a biocombustibles y nosotros proponemos que se realice en base a la caña de azúcar”, se entusiasmó Castagnaro. En ese sentido, aunque reconoció que hay países como Brasil, India o China son líderes en ese mercado, la Argentina no se queda atrás. Al respecto recordó que además de las tradicionales regiones azucareras como Tucumán, Salta y Jujuy que suman más de 550 mil hectáreas de producción, hay una expansión progresiva de la frontera agrícola de este cultivo hacia zonas como Misiones, norte de Santa Fe. “Hay un potencial de crecimiento de área cercano a los 4,4 millones de hectáreas”, puntualizó el especialista.
Además de los programas de mejoramiento de semillas y de vitroplantas, el Inta también tiene otros vinculado con los procesos de capacidad industrial y manejo y aprovechamiento de los residuos industriales, aplicables tanto a la producción de energía como de plásticos.
Fuente: La Capital (link)